Hombre...
Hombre...
Todos vamos perdiendo parte de nuestra esencia conforme corre el tiempo. Es casi imposible evitar dejar pedazos de historia en el camino mientras mudamos nuestras pieles a unas más hermosas, flexibles, o incluso, más fuertes.
El humano ha perdido la noción del tiempo, adueñándose de éste; dándole un nombre, una regla, un límite. Así como lo suele hacer con todo, buscando un control en donde nuestra especie esté al mando.
El hombre ha tomado el crédito por el arte, haciéndolo ver como su creación, cuando sólo aquél que conoce su universo sabe que éste no es el caso; ya que el ser humano es creación del arte mismo. El arte es la madre de la creación, y nosotros somos el resultado de una bella pero caótica melodía de sonatas y sinfonías:
¿Cuánto tiempo más viviremos engañándonos a nosotros mismos, haciéndonos la idea de ser deidades?
¿Cuánto tiempo pasará para que el hombre deje de buscar la inmortalidad?
Nunca habrá suficiente prueba evidente para un escéptico, y jamás habrá demasiada incertidumbre disfrazada de fe para aquél que es ciego devoto.
Vaya divinidad se proclama nuestra especie, que busca la denigración de otras especies. Basta es la grandeza de su ego, que ignora su similitud en la diversidad.
Pobre hombre... tan pobre dentro de tanta falsa riqueza.
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